miércoles, 2 de septiembre de 2009

un cuento



El amor volvió haragán a Sigifredo
por Wilson Guzmán Melo

Sigifredo, un joven nacido entre las cálidas tierras del Guáitara, quien al igual que muchos de sus coterráneos, soñaba con ser algo en la vida o al menos, ir al cuartel según criterio de sus padres para hacerse más hombre como todos los campesinos de la región, se volvió haragán por el amor de su madre.Nativel Guerrero, un vecino que desde hace varios años, es amigo de la familia y además colindante con los terrenos de los Pantoja, relata algunos aspectos de la vida de un personaje que hace unos años dio de qué hablar, que al ser muy mimado en casa, su actitud de desgano momentáneo fue vista como muy extraña por todos. Al respecto esto lo cuenta como un hecho que su abuelo Simón aseguraba había sucedido en la vida real.
Su padre los abandonó
Su niñez allá en la vereda de San Francisco, municipio de Sandoná, fue muy tranquila y con un cuidado casi de muchacho consentido que le daba doña Natividad Pantoja, su madre, quien en medio de la pobreza, si por ella hubiera sido le daba a su querido hijo un tratamiento de rey.Don Jeremías, su padre, se había ido hace cuatro años a coger café al departamento del Quindío y no volvió más, porque de según los comentarios de sus amigos en esas tierras del viejo Caldas encontró un trabajo estable, pero jamás se comunicó con su esposa, ni les mandaba dinero para la casa.La madre de Sigifredo se había hecho a la idea que su marido no regresaría, pero sufría mucho por su ausencia, así les decía a sus vecinas cuando su pequeño entró a la escuela, la cual quedaba a dos kilómetros de su casa.Por ahora estaba tranquila porque Sigifredo tenía seis años y ella, todavía con costumbres de los mayores, iba a seguir los consejos de su padre que antes de los ocho años, no se debían matricular porque llevándolos a la escuela muy 'tiernos' se hacían "rudos" (brutos).Feliz su mamá porque lo tenía en la casa y en tiempo de cosechas de las ganancias que ella obtenía de la venta del café en su pequeño lote, herencia de sus padres, era capaz de comprarle lo que el niño le pedía, más que todo ropa y él se sentía como príncipe aunque en una humilde vivienda hecha de bahareque y techo de paja de caña.
Lo cuidó con esmero
Doña Natividad, mujer hacendosa al igual que las de su tierra, era muy dada a criar en su finca donde disponía de un espacio suficiente, marranos y gallinas, para luego vender y aumentar su presupuesto familiar. Pero de los huevos más grandes y mejores, lo guardaba en un canasto especial, porque eran exclusivamente para su hijo.Es decir que a diferencia de otras familias pobres en donde a duras penas se tomaba café con pan o con plátano asado, Sigifredo tuvo suerte y disfrutaba como el que más de la esmerada asistencia de su madre.Pero además se daba el trabajo su mamá de buscar entre los matorrales, nidos de tórtolas, o de chamones, para aumentarle el gusto alimentario de su pequeño. Y en esto era afortunada, porque encontraba con seguridad abundantes huevos que ella aparte de los de gallina que le daba diariamente, aumentaba con esto el menú.De todas maneras dejaba de tejer sombrero, o rogaba a alguien para que llevara la merienda a los peones y gastaba su tiempo en andar por las trochas y las quinchas, buscando de rama en rama lo que ella consideraba uno de los alimentos más completos, de acuerdo a la teoría de su abuelo Arístides.
Lo notaron enfermo
Dice Nativel que su abuelo comentaba que de un momento a otro, los vecinos que llegaban a saludar a la familia notaron que el joven Sigifredo, se dejaba notar como desanimado y con una pereza que ya no quería moverse del puesto en que estaba y que como era el guagua querido de la casa, su mamá casi no le daba importancia al supuesto mal que el joven estaba padeciendo.Un día llegó precisamente Don Simón Araújo y luego de saludar a la dueña de la casa, conocida y de confianza y al mirar hijo por allí lo más acostado en el corredor, quiso salir de la duda y le preguntó: hola doña Nativa, últimamente hemos visto a su hijo como dejado, sin ánimo propio de la edad, será que está enfermo y usted no lo hace ver de un buen médico. Y se anticipó: Por qué no lo lleva donde don Polo Insuasty aquí en el Hatillo. El hombre le da una buena toma y fuera mal.Y ella como con algo de preocupación, le confiesa lo que en verdad había pasado, diciéndole; "calle vecino, como al niño le han gustado siempre los huevos de tórtola, de chamón o de perdiz, en mis correrías, vengo y me hallo un nidado de huevos y sin pensarlo dos veces, llegué contenta y se los preparé". "Eso fue como cosa de maldición, el niño empezó a sentirse como pesado y sin el ánimo que le habíamos conocido antes y se volvió pereza, todo porque los huevos que hallé no eran de los pajaritos que él acostumbraba a comer sino de haragán o lechuza, que según los antiguos, de sólo tocarlo o comer sus huevos, la gente se hacía pereza"
Comió huevos de lechuza
Esta cruel anomalía como consecuencia de haber comido huevos de pájaro haragán, le duró como dos meses, pero luego muy obediente a las insinuaciones de don Simón Araujo, un viejo amigo de la casa y bastante conocedor de los secretos de la madre experiencia, Doña Natividad lo llevó don Polo y el joven con una toma de varias plantas como la llausa y la verbena, con lo que a los pocos días le quitó de plano el mal y así primero pudo ir a la escuela sin dificultad alguna y luego de verdad cumplir con su sueño y prestó su servicio militar en el Batallón Guardia presidencial en la capital de la república y luego regresó a su casa y ahora Sigifredo es un destacado agricultor.Ahora, él les cuenta a sus amigos, de lo que le pasó por el acendrado amor que le tenía su madre, pero que lo tuvo al borde del desespero, además de haber sido esto motivo de burlas y de bromas. Ahora cuando va a la casa materna porque ya se casó, le recomienda a su mamá, que si le da huevos sólo le prepare de gallina.
La leyenda
Por estas regiones cálidas y templadas del departamento de Nariño, se tiene desde tiempos inmemoriales un concepto generalizado de creer que el búho es un ave que de tradición se conocen como haragán, sinónimo de pereza, con poderes sobrenaturales agoreros, pero además como indicativo de la gente pereza.De allí que para llamar a los perezas, se les decía haraganes y para ellos era como algo premonitorio que quienes dormían durante el día con seguridad se iban a convertir en haraganes.Pero además de tener el búho el antecedente de la pereza y de los miedos que ha infundido a las comunidades del pasado, también se cuenta entre sus poderes el que significa sabiduría. Por eso es emblema del saber.
Concepto real
Dentro de las diferentes definiciones actuales sobre el búho o haragán, se dice por ejemplo que es un ave de rapiña, que vive en el campo y en los lugares apartados de los centros densamente poblados y que está emparentado con la lechuza. Permanece durante el día posado en cualquier rama, parpadeando molesto por los efectos de la luz, que le ciega. Pero al caer la noche comienza la actividad de estas aves. Su tétrico ulular espanta a los mamíferos pequeños a los que atrapa en plena huida.

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