sábado, 24 de enero de 2009

REVISTA ANTENAS



Tomado de la Revista Antena


POR QUE SE ESTÁN MATANDO LOS JOVENES


“La esperanza ve lo invisible,
siente lo intangible y logra lo imposible”
Anónimo.

Al recibir la cordial invitación para ser partícipe de esta importante publicación, múltiples ideas vinieron a mi mente sobre qué escribir; pensé en algo pedagógico, o tal vez algo histórico, inclusive algo de índole geográfico, sin embargo, evocando aquel hecho publicado en el diario El Tiempo del domingo 18 de junio de 2006, donde un muchacho de apenas 16 años, toma la fatal decisión de arrojarse del piso 14 de su residencia al recibir la noticia de que perdió su año escolar, se convirtió por su relevancia actual en el tema a abordar en el presente artículo.

El interrogante se responderá desde distintos ángulos para brindarle al lector una visión integral de este fenómeno que está diezmando paulatinamente a una determinada población juvenil con grandes capacidades y talentos.

Iniciemos con el modelo de crianza y relación afectiva que actualmente se desarrolla al interior de la familia, que al respecto el Dr. Miguel De Zubiría, presidente de la Liga Colombiana por la Vida contra el suicidio, manifiesta que el exceso de amor es una de las causas que predisponen al suicidio, por ejemplo los padres que son muy cariñosos y no permiten que sus hijos enfrenten sus problemas conlleva a que estén formando personas frágiles que después no serán capaces de resolver por su propia cuenta los inconvenientes que les aparecen.

De otra parte, padres que han sufrido el suicidio de un hijo siempre se niegan a aceptarlo y dicen frases como: le dimos todo lo que quiso, nunca le faltó nada. Ahí estuvo el error, en el exceso de protección que no permite entender que la tarea de los padres es formar a sus hijos para la vida, que la mayoría de las ocasiones no es grata, pero hay que vivirla.

Una de las conclusiones a que llegaron los expertos en salud mental reunidos el año pasado, en Bogotá en el marco del foro “El suicidio y su prevención”, arguye que la espiritualidad y la ideología religiosa son determinantes a la hora de un suicidio, se suicidan más los que no son religiosos que los si lo son; conclusión que es otra respuesta de capital importancia al interrogante planteado y que también lleva a repensar que tanto la familia como la escuela están comprometidos en la formación espiritual de nuestros niños y jóvenes.

Unido a los dos anteriores, está el nivel de soledad leve que están afrontando cada vez más niños y jóvenes debido a la ausencia de sus progenitores ya sea física o afectiva; soledad que como bien manifiesta el Doctor Leonardo Ajá Eslava, psicólogo egresado de la Universidad de Los Andes y miembro de la Liga contra el suicidio, puede desencadenar un efecto dominó: desamparo (No le importo a nadie); desesperanza (Esta vida es un caos y no vale la pena seguir viviendo) y culminar con el suicidio (No aguanto ni soporto más esta situación o dolor).

Ante este panorama, Estado, familia y escuela tendrán que replantear cada uno su misión y visión; en el caso particular de la esta última, se sugiere enfatizar en el desarrollo proyectos de vida con los estudiantes, como también la creación o contratación de un equipo profesional que a través de la aplicación de una serie de pruebas permita detectar el nivel de soledad, desamparo, y desesperanza en el que se encuentran nuestros jóvenes, para que con base en los resultados obtenidos, se desarrollen los proyectos de apuntalamiento más saludables que les permita afrontar y resolver las dificultades de la vida, de una manera más asertiva y positiva y superar la graciosa contradicción que aduce el Dr. Leonardo Ajá: “saben resolver ecuaciones de álgebra y de cálculo muy complejas, pero los problemas de la vida cotidiana los vuelven un ocho”.

Estado, familia y escuela hablando en este momento crucial un mismo lenguaje, que conlleve a devolverle a los jóvenes la esperanza perdida tempranamente por una sociedad carente de afecto, pero colmada de presiones externas que la deshumaniza y la lleva a su propia autodestrucción.

Alvaro Miguel Ortega Villota
Docente de Ciencias Sociales

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