miércoles, 7 de enero de 2009

SOBRE EL CARNAVAL DE PASTO - 2009

LA DIALECTICA DE ALPICHAN

“…NOS HACE FALTA EL NOVUM ORGANUM DE VERDAD, HAY QUE ABRIR DE PAR EN PAR LAS VENTANAS Y TIRAR TODO A LA CALLE, PERO SOBRE HAY QUE TIRQAR TAMBIEN LA VENTANA, Y NOSOTROS CON ELLA. ES LA MUERTE O SALIR VOLANDO. HAY QUE HACERLO. TENER EL VALOR DE ENTRAR EN LA MITAD DE LA FIESTA Y PONER SOBRE LA CABEZA DE LA RELAMPAGUENATE DUEÑA DE CASA UN HERMOSO SAPO VERDE, REGALO DE LA NOCHE Y ASISTIR SIN HORROR A LA VENGANZA DE LOS LACAYOS”

JULIO CORTAZAR

RAYUELA

El hombre de los Andes concibió la vida en nuestro planeta como algo íntimamente vinculado al conjunto universal; por consiguiente, toda acción en la tierra esta relacionada con otra que tiene lugar en el cielo, y toda acción en el cielo tiene relación con lo que sucede en la tierra.

Lo dialectico es una constante dentro de la cosmogonía indígena revertida ahora en nosotros. Es necesario retomar un hilo conductor que es el carnaval, que nos permite entrever esa herencia cultural y espiritual que se han mantenido en estas expresiones a través de los siglos, y de nuestras tradiciones, pese al desgaste, des culturización y a culturización forzosa que acompaño la conquista y aun continua con el fenómeno de La globalización.

Las fisuras del carnaval resquebrajan el orden impuesto y obran como espejos que permiten proyectarnos en ese camino o esa serpiente alada, es un peldaño que abren la brecha para encontrar la racionalidad andina, la cual ha tenido una coherencia con la naturaleza y el cosmos.

El carnaval entonces, obra como un estanque de agua limpia que refleja al hombre, el cosmos y en sus ondas concéntricas envuelve y están presentes en cada acto, en cada movimiento y danza.

El carnaval ha recubierto, ha enmascarado imágenes de contenido profundamente ordenador que nos descubren en otra realidad, expresando los arcanos de la danza, la música, el ritmo, la armonía. Desde abajo escribiendo la memoria de la misma transgresión de espacios que impone en ese tejido de mascaras y de notas que simbolizan ese “ir viniendo” urdido bajo el cordel del carnaval.

El entrecruzamiento de puntadas, el carnaval andino es la guanga silenciosa que, con hebras multicolores, con su acompasado ritmo, propone la serpentina que se desliza por el tiempo, que rompe la cotidianidad y llega a nosotros cargada, preñadas de experiencias chamanicas que se reviertan en el pueblo. Cuando la serpiente larga y colorida empieza el viaje simbólico por las calles teñidas de colores y rostros, jugando, danzando, se van “creando espacios”; este hacer nudo, desatarlo, volver a atar es una representación de múltiples dimensiones e implicaciones convirtiéndose en un texto de una variada complejidad y profundidad semántica, que permite captar perfiles de relación entre lo histórico, mítico y ritual

Se manipula los hilos de las contradicciones que por un momento se olvidan y se convierten en una sola unidad, el caos, que adquieren su propio orden para luego ser destruido, se invierte lo de arriba y lo de abajo y, por lo tanto, se da un cruce donde es posible retomar la dimensión simbólica como un descubrimiento de ese otro que no se es. El encuentro de dos fuerzas para reordenar el mundo encarnando la oposición, diferencia y unidad, lucha dialéctica, desafío antagónico de la trasmutación, trastrocamiento espacio-temporal, desafiando lo establecido, llevando por el delirio colectivo, confundido por el juego y que lo proyecta a la danza.

La comunión subraya ese carácter ritual que se da dentro de lo carnestoléndico. El artesano obra como un “médium” ataviado con ese sabor chamánico fiestero de mitos, que los hace reales, los trae hacia acá, los involucra y envuelve en ese colorido. La risa que rompe la función del mundo; la imagen grotesca que desfigura pero que ante todo, es la rememoración al olvido, una ensoñación de lo que es verdaderamente, lo vuelve a “centrar”; adquiere posición , dimensión propia que lo aleja pero que lo constituye en una unidad, lo aproxima a ser el “hijo negado”, o también el camino o la serpiente como unidad; es el camino difícil que es purga, aparentando ser el crecidamente fácil, como al subir a Machu Picchu, pero que, en verdad, es la prueba que necesita del regreso para emprender esta otra acrecencia larga pero más segura.

Es la serpiente emplumada que asciende, sin perder su sentido de estar posicionada en la tierra (las mascaras que salen del rostro) es la imagen mítica de los que somos: unos hijos de Alpichán. Somos eslabones seculares de la cadena del silencio y la armonía que, como cofre centenario, se abre y deja escapar su mensaje ese día esperando, el único, el que da inicios, el que da el desvelamiento de las verdades ocultas e ignoradas.

Quizá apenas es descorrer el velo de aquello que nos ha sido recubierto, buscar las claves internas, los intersticios tratar de comprender esa sabiduría que está envuelta en esa fuente enigmática que está escrita en otro lenguaje, que se transforma en un factor de equilibrio como imperativo cósmico, como el centro vital de la existencia.

La cosmovisión dialéctica entre lo opuesto y lo complementario, es el juego, la danza de Alpichán, nos recuerda el principio del Yin y el Yan de la filosofía Taoísta China, paralelismo que no resulta forzado en razón de que se trata de culturas con un sentido dialectico natural.

El carnaval gravita en torno al eje conceptual que es el equilibrio y la armonía; la cotidianidad es el fiel inestable de la balanza del cosmos; en esta cosmovisión, el opuesto no es irreconciliable o la contradicción antagónica, sino el complemento necesario en la dialéctica de la vida.

“la fiesta es ante todo advenimiento de lo insólito, caen las reglas, la economía cotidiana se contradice, el tiempo es otro tiempo, el espacio se desliga de la tierra, es otro, los personajes abandonan sus reglas sociales y todo pasa como si fuera cierto, como en sueños”

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